Cinco magos
Agrippa.– Agrippa, el invencible recolector y articulador de las ciencias ocultas. Criptogramas, runas, sellos talismánicos, sofisticados pentáculos, sorprendentes figuras arcanas y cabalísticas. Recuerdo que, en un momento de mi vida, en que practicaba mucha magia ceremonial, estaba obsesionado por estas designaciones, correspondencias, poderosos rituales. De tanto hacer realizaciones mágicas (y de no hacerlas bien) terminé con una natural paranoia sobrenatural. Lo cual dicho bien no fue nada agradable. Pero, en otro modo, fueron buenos tiempos, y tampoco afirmo que me arrepiento de ellos. No me arrepiento, pero no tengo nostalgia. Una a una estas vanidades quedaron atrás.
Éliphas
Levi.– Tengo una cierta debilidad por los ocultistas
franceses tipo Papus o Paul C. Jagot.
Y por el gran Éliphas Levi. En innumerables websites, encontrarán las
hagiografías necesarias, celebrando su vida y su obra (el término hagiografía
es a propósito: Éliphas Levi era un santo,
un santo del hermetismo). Muchas coinciden en esto: lo que él hizo por el
revival de lo mágico y el esoterismo casi no tiene un parangón. Se puede decir
que no hay estudiante secreto que no haya contemplado con temblor y admiración su enigmático, su famoso Baphomet, con el crucial pentagrama
puesto en la frente (punta hacia arriba) y los brazos ya expresando “la
perfecta armonía de la misericordia y la justicia”, como él dice. Envidio al
que abre, por primera vez, su Dogma y
Ritual de la Alta Magia.
Papus.–
Fuimos al Père
Lachaise, no a ver la tumba de Jim o
de Oscar, sino la tumba de ese gran
mago, Papus. Y nos costó tantísimo encontrarla (era como si no quisiera ser encontrada) hasta que por fin pudimos dar con ella. Una cuestión de presentarle nuestro respetos al famoso médico, ocultista y teúrgo. Yo había leído en éxtasis
libros suyos tales
como el Traité Élémentaire d´Occultisme, o su Traité Méthodique de Magie Pratique, que son obras masivas,
científicas, luminosas. Por cierto que la tumba estaba muy cerca de una cubeta
de huesos, todo lo cual por supuesto nos pareció propicio.
Aleister
Crowley.– Hay un
pentáculo frío en el piso y afuera es la luna intransmisible. Mi sexo ya está
limpio de todo excremento. Mis enemigos mágicos proliferan. Pero la hora de la retribución ha llegado, para esos bastardos.
¡Los enviaré por el desaguadero, daré sus dientes a las cabras, haré coronas con sus tripas, los
llenaré de pájaros ciegos, se pudrirán
en el Palacio Hondo! Los amo –y los
mataré a todos. Solo tú me entiendes, Crowley.
Dion
Fortune.– ¿Dónde está
mi libro aquel: el de Dion Fortune, el de defensa psíquica? No es una
casualidad que todas estas adversidades me estén ocurriendo, y con tantísima
fuerza. Alguien en un altar sombrío ha puesto dos huesos de pollo y tres ojos
de perro, y a través de la ranura de un ritual está viendo mi vida caer a
pedazos. Esta fuerza obstructora ha de ser disuelta, como se disuelve el té en
el agua: la guerra mágica ha de empezar. Por cierto, ¿dónde está mi libro
aquel: el de Dion Fortune, el de defensa psíquica?
Peter
Carroll.– Puedes tomar los pechos de la Diosa si lo deseas. O
borrarla y regar sus cenizas sobre el tablero de lo Infijo. La ola del Caos te llevará al Caos. Juega con
la data. Nada es Verdad. Todo está Permitido.
(Buscando a Syd publicada el 4 de enero de 2018 en El Periódico.)
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