Medio en forma
Por supuesto, hay
una poderosa razón para hacer ejercicio y es la de mantener un cuerpo saludable.
Como muchos, tengo la superstición de que si hago ejercicio no voy a
descomponerme violentamente, sino de a poquito. Y sin embargo nadie, por mucho
ejercicio que haga, está exento de la metástasis o de morir en un accidente
vial o de que le caiga un piano encima, mientras cruza la calle. Por tanto no
me clavo. Está bien cuidar el instrumento de la vida –el cuerpo– pero poco me
interesa perder la vida cuidando el instrumento. Y desde luego está el hecho de
que este cuerpo se va –sí o sí– de modo que invertir demasiado tiempo y energía
en salvarlo me parece pírrico, a ratos estúpido.
No quiero dar
la impresión que no tengo amor propio. Lo tengo. Yo me amo. Yo me mimo. Un
poco. Tengo ese momento en la mañana, antes de bañarme, y ese momento me lo regalo,
a veces, a mí. Lo utilizo para hacer ejercicio y algo de chi kung. Nada
estrafalario. Una calistenia básica, más bien ridícula, cosa de poner el cuerpo
a funcionar, no abandonar completamente el corazón, afirmar ligeramente los
músculos, no perder la flexibilidad, despertar la energía. Pero desde luego no
soy un engasado. No como esas personas que jamás se pierden un solo mísero día
de workout. Adelgazar, verse bien, se torna un compromiso inderrumbable. En lo
personal siento que hay que autoamarse, cómo no, pero sin exagerar. Y es que
además estar gordo no es ningún crimen. En mi caso, siempre estoy algo gordo,
no mucho, solo algo. Y me vale. Si quisiera no estarlo, me quitaría el pan y
ya. Mi cuerpo es así de noble. Pero no me quito el pan y no me quito el helado,
aunque admito que órganos y silueta bien podrían apreciar el gesto.
Desde la
ventana, los veo, a los corredores, tan mañaneros, tan respetables, en la
ciclovía, que como se sabe va a dar al infinito. Son los privilegiados del
sudor. Los que sudan por ocio, por salubridad y por mercado. En efecto, hay una
vasta plaza económica para el fitness, que mezcla texturas motivacionales con
una explosión de drogas corporales, creando una poderosa industria de retail y
servicios. Y formulando lo que solo cabe llamar así: un culto. Así como se
habla de iglesias religiosas o políticas hay iglesias musculares y
cardiomusculares.
No es que
quiera satanizarlos, a esos fitness freaks. La vida es dura. Si no estamos en
forma, nos va a tumbar. Cada uno de nosotros tenemos retos personales, para los
cuales necesitamos una ancha cuota de vitalidad y fibra. Y colectivamente, ya ni
digamos. El 2017 va a ser impúdico y desgraciado, para todo el orbe. Es un
hecho. Los conflictos van a ser delirantes. Una armada de zombis atacará los continentes.
Salió en Wikileaks. Más vale estar un poco constituidos, digo yo. Y raparse, a
lo Travis Bickle, el pirado de Taxi Driver. Pero de otra parte no es la primera
vez que una armada de zombis ataca la humanidad: ¿qué sentido tiene pues el
inmaculado six pack?
Esta columna
la he escrito para decirles que mi propósito para este año es ponerme medio en
forma, pero no más.
(Buscando a Syd publicada el 5 de enero de
2017 en El Periódico.)
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