La depresión
SYLVIE REUTER |
Yo fui por muchísimo tiempo, y por definición, un deprimido. Lo fui por supuesto durante mi adolescencia, lo cual es hasta cierto punto normal, pero se puede decir que yo lo fui anormalmente, de una forma nodal y ejemplar.
En efecto, estaba profundamente enamorado de la
densidad, de la llaga inmaculada de la depresión. Era un estilo de ser, un
sistema. Además estimulado por mis lecturas verlainianas, saturninas y
otoñales. Llevaba esa esa fetalidad conmigo 24/7.
Fondos. Y fondos de fondos. Y fondos de fondos
de fondos.
En algún momento me harté de ese zope que me
hartaba día a día las entrañas. Así que comencé a formular un Proyecto de
Remoción de Sufrimiento. Lo cual siempre es tricky, porque no se sale de la
depresión programáticamente, como armar un mueble de Kalea. No es tan sencillo
como leer libros para salir de la depresión y ya estuvo. Empezando por el hecho
de que para leer esos libros uno tendría que estar precisamente más allá de la
depresión. Pero la depresión le roba a uno todo interés y todo impulso. El
impulso es lo primero que se cae, para un deprimido. Por otra parte, uno no
puede abandonarse del todo, renunciar completamente al movimiento. Hay cosas
que de plano hay que hacer, para salir de la depresión. Y sin embargo no hay
que hacer nada: es más bien una cosa de residir en el fuego de esa oscuridad y
dejarse consumir completamente por ella.
Ni decir que la depresión es algo muy confuso,
y extraerse de ahí implica mucho ensayo y mucho error. Es un tanteo que es una
angustia.
Y sin embargo se sale, o por lo menos yo lo
hice. Eventualmente conseguí amalgamarme, arterializarme, acreditarme de nuevo
en la existencia funcional. Esa profiláctica aureola de muerte que me rodeaba
fue perdiendo su intensidad, hasta desaparecer por completo. El proceso de
recuperación fue lento, fue milimétrico, fue capilar, sin embargo se dio.
Fuera del infierno, la tentación es agarrar para
el cielo. Ya saben, tomar martinis con los ángeles. Y eso fue lo que hice,
básicamente. Me trasladé a los estados más gloriosos y sutiles y sagrados que
puedan ustedes imaginar. Aquella fue una de las épocas más intensas, radiantes,
impulsoras y visionarias de mi vida. Puro flow y evangelio. Un estado danzante
de conducción y downloads hasta en la sopa. Los mundos inferiores me la sudaban
por completo.
Sin embargo, hay que volver a la tierra, pues
somos humanos, y ser humano es el destino que tenemos que cumplir. Ser humano
quiere decir que no somos celestiales ni tampoco particularmente infernales.
Vivir en el justo medio puede parecer una
existencia mema –ni muy cerca de la seda ni muy cerca de la llama– pero de
hecho es bastante rica, repleta de hermosos claroscuros. Claro que hay momentos
de la vida en donde uno vuelve a subir o vuelve a bajar. Esas posibilidades
direccionales siempre están ahí.
Este año me tocó bajar, por ejemplo. Los signos
clásicos: sensación de vacío, pérdida masiva de energía, de ánimo, de interés, incapacidad
de generar orden o sentido, descuido, abandono, etcétera. Tampoco me hundí
demasiado. Una depresión leve. De hecho ya me encuentro plenamente
reconstituido. Hace tanto tiempo que no me ocurría, hasta me pareció
estimulante.
(Buscando a Syd publicada el 22 de
diciembre de 2016 en El Periódico.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario