La escafandra
Respeto y admiro tanto la causa
feminista, que me indigna lo que ciertas personas hacen a veces con ella, la
forma en que la cooptan, el modo en que deciden quién y no puede opinar al
respecto, o en su nombre. Siendo la pregunta de fondo: ¿por qué estoy obligado
a practicar su causa pluralista –causa que también es mía– en sus términos no
pluralistas?
Aquí tres cosas que escribí en Facebook
sobre el tema:
1. Como todos nuestros
relatos pluralistas, el feminismo ha ingresado a una fase espectacular de
comoditización y de hipercirculación memética, y en ello hay pérdidas masivas
de enriquecimiento, articulación y avanzada creativa. No hay mayor enemigo de
una causa, sea feminista u otra, que una comunicación unidimensional. No
permitamos que la lucha de género decaiga en lucha genérica. El feminismo es un
arte.
2. Sería, es un error
colocar los feminismos consensuales por encima de los feminismos desalineados
o, como les llamo, de la solitariedad. Estos últimos son cruciales para
mantenerse a una saludable distancia de todo feminismo demasiado religioso, excesivamente
rígido, así como de todo mcfeminismo. También son cruciales para preservar la explosividad
feminista auténtica y la creatividad, diversidad, divergencia y emergencia de
la causa. Desde luego los feminismos consensuales de su lado son importantes
para temperar algunas de las crudezas punkis, agresiones arbitrarias y
narcisismos que ya sabemos, cuando de plano no tienen sentido. Son importantes
para crear, en términos generales, pactos, ideologías y sistemas feministas. Y
son importantes para formular sororidad y sensibilidad cultural. Los mejores
diseños feministas son aquellos que saben combinar consensualidad y
solitariedad de una manera práctica y artística. A veces lo conveniente es
poner más consensualidad que solitariedad en la fórmula, y a veces, y a todas
luces, lo inverso. Pero ambos ingredientes tienen que estar de hecho siempre
presentes, o comienzan a manifestarse toda suerte de afecciones en la propia
práctica feminista.
3. Lo que he
visto en algunas de estas feministas (porque de hecho, y menos mal, no son
todas, ni todos) es una rampante impunidad intelectual. He visto la urgencia
con la cual están dispuestas a utilizar el tono más autoritario y la delación
más atrabiliaria por encima de la claridad y el argumento. He visto el doble
rasero, la ridiculez de endilgar al enemigo percibido los mismos defectos y
agresiones que consistentemente emanan. He visto cómo luchan contra la
normativización normativizando, y contra la exclusión excluyendo. He visto cómo
caricaturizan a sus anchas pero ellas mismas no escapan a la caricatura. He
visto su predilección por la persecución y el linchamiento colectivo
(disfrazado de sororidad, con lo cual deforman una hermosa noción feminista).
He visto cómo en el debate individual pareciera ser que ya no son tan poderosas
como suelen autopresentarse en el hashtag, el videoclip o en la jauría
endogámica. He visto cómo gestionan la calumnia, cómo presentan
sistemáticamente al otro como algo que no es. He visto una incapacidad, me
parece ya crónica, de parentetizar su propia identidad. He visto cómo viven en
una escafandra sellada, un loop sin salida, un sistema paranoico de
percepciones, uno que está armado de tal manera que siempre y sin falta se
autoconfirma, y que en el presente caso no está dispuesto a recibir feedback crítico
alguno. He visto, en resumidas cuentas, una falta preocupante de alteridad.
(Buscando a Syd publicada el 27 de
octubre de 2016 en El Periódico.)
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