Allí donde hay orden
Soy uno de esos que se
organizan. Ah cómo no. Eso tanto en mis asuntos personales como laborales.
Eso explicaría entonces
las cuatro pizarras de marcador que tengo en mi estudio, cada una con una
particular función ordenadora. Explicaría las dos agendas que uso cada año. Los
folders perfectamente sistematizados en la compu. Explicaría el uso meticuloso
que hago del calendario. Las secuencias vigiladas que voy estableciendo en cada
regular día de mi existencia.
Y los horarios rigurosos y
las incesantes repeticiones. En efecto, yo hago las mismas cosas todos los días,
a la misma hora, sea ejercicio, comer, trabajar, hacer la siesta o meditar. Soy
una persona muy neurótica en ese sentido. CL6 ya me conoce los modos, y me los
tolera, y hasta los ama, en cierto modo, salvo cuando no. No debe ser fácil
para mi esposa vivir con Sheldon.
Si tuviera que dar una
justificación inteligente a mi reticulada personalidad citaría el monólogo
undécimo de Criaturas del aire, de
Fernando Savater, en donde Phileas Fogg nos dice: “Un espíritu verdaderamente
observador, imaginativo y sensible a la variación inagotable de la vida,
prefiere moverse dentro de un marco idéntico sobre el que destacan las
delicadas oscilaciones de lo real”.
Por supuesto, el orden es
muy importante para el escritor. Abordo cada texto desde un protocolo preciso,
que ya a estas alturas tengo muy bien cocinado. Allí donde hay orden, musas y
ángeles se presentan puntuales.
No caigo en el mito exagerado
del arrebato romántico, ni tampoco en el de la automaticidad surrealista, y
menos en el de la avanzada caótica pura. Escribí varias cosas desde estos
procederes en algún pasado, y hasta quedaron bien, pero realmente lo que
termina ocurriendo en la mayoría de casos es que el texto encalla en callejones
muertos y faux pas, y escribir nos
toma muchísimo más tiempo.
Especialmente si se trata
de una novela en donde hay que conjuntar tantos elementos (tramas y subtramas,
técnicas narrativas, pautas de estilo, temas, personajes, escenas,
descripciones, diálogos, etcétera). Es
mejor tener una claridad de lo que se va a escribir y propiciar con ello una configuración,
un esqueleto, un diseño previo, aunque después se agarre para otro lado. Porque
la idea no es matar la poesía, la deriva y la irracionalidad. Es al juntar lo
estructurado y lo inesperado que ocurre el milagro.
En el caso de un
freelancer como yo, es importante contar con un mecanismo que vaya
eficientizando todas las esferas del oficio (comunicación con los clientes,
cobro de trabajos y todo el resto). Si de algo me siento orgulloso es de mi
sistema de organización laboral, que se fue marinando con los años, y que hoy
goza de esa siempre extraña, de esa mutante cualidad: la funcionalidad. Funcionalidad
que luego exijo a mis contrapartes laborales.
Un freelancer
desorganizado es, como diría mi cuate el cuidador de carros, “morro al agua”.
Lo único que tiene uno es su talento y su palabra. ¿Sin palabra, que sería del
escritor? El deadline deberá ser cumplido.
(Buscando a Syd publicada el 7 de enero
de 2016 en El Periódico)
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