'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Ni Jota



Los subnormales de Nómada publicaron hace unos días –¿en qué estaban volando, realmente?– un post en donde se decía:

“A propósito del “paiz de Francia” que escribió el presidente electo Jimmy Morales, el escritor Maurice Echeverría dice que le recuerda al expresidente Arévalo, doctor en educación. Pero Jimmy ya se había comparado antes con el mismo Arévalo.”

Era una ironía, de acuerdo a Nómada, pero por supuesto como ironía falló por mucho la marca. Al contrario: me hace ver como un imbécil.

Si la ironía fracasó es seguramente porque ninguno en esa revista es Mark Twain, y porque no les pasó por la mente, a esos alumbrados, contextualizarla (tenía que ver con un post que yo había escrito antes en mi propia página, y que por supuesto no todos los lectores de Nómada habían leído).

Ni decir que me puse para vergazos.

Por supuesto, cualquiera que me conozca sabe que yo jamás diría una cosa semejante. Pero, como son muchos más los que no me conocen, y hasta me desconocen, no me parece una pésima idea declarar aquí, y de una vez por todas, que yo a Jota no le creo ni jota.

Allí donde los Jimmymongers (que además de no tener gran claridad discursiva, son unos obcecados) ven redención, posibilidad, carisma (¿pero de qué coños hablan cuando hablan del carisma de Jota?) yo veo una narración insistentemente sospechosa. Ese vertiginoso ascenso –que será, correlativamente, estrepitosa caída y consunción– es para mí fuente continua de desconfianza. No olvido que Jota solo tiene seis o siete años más que yo. Y aunque dirigir no es tampoco una absoluta cuestión de edad, sí es una de currículum y experiencia.

Soy uno de esos ciudadanos chapados a la antigua que aún creen que la formación, la carrera y el mérito deberían conformar el punto de partida para la presidencia, y que un presidente debería ser, no una cotorra productora de demagogias abstractas (sin contenido, sobre la marcha) sino un ciudadano de veras especial (bajo el entendido de que incluso saber rodearse de personas especiales no es a todas luces suficiente).

Un ente en donde confluyen todas las alturas y creatividades humanas.

No solo las de comediante. Que por demás Jota, en su mediocridad artística, tampoco posee. Baste ver uno de los desconsolados videos de Black Pitaya, y su tufo a blackface, onda bamboozled. El blackface, en cualquier lugar semicivilizado, es considerado un tremendo insulto racista, remanente de las peores lógicas intersociales.

En esto, en esta clase de cosas consiste la excepcional parquedad de Jimmy Morales, su limitadísimo idioma cultural. Que ya vimos en pleno en su ortografía: aquello de escribir “paiz” en lugar de país. En respuesta a eso fue que redacté, por cierto, el post que Nómada nunca refirió en su página.

Helo aquí:

“Pienso que una falta de ortografía puede resumir por completo a un hombre. Pienso que para gobernar un país, lo mínimo es escribirlo bien. Pienso que es una vergüenza que un presunto estadista no sepa redactar una palabra tan elemental como esa, cuando tantos niños ya la confeccionan a gusto en la primaria. Pienso que es momento de recordar a Arévalo, aquel hombre ilustrado, que escribió cosas tan notables, y que dejó un legado tan rico, porque de hecho tenía una cultura, y por tanto una consciencia.”

Lo que más me hace desconfiar de Jota, aparte de una ya muy insinuada ignorancia (y de la parvedad desmoralizante de su página de Wikipedia), es la forma cómo apareció: como un conejo salido de un sombrero, con sus grandes orejas.

Apareció Jota, sí, desde un nemoroso vacío político, con un nombre apenas fresco. Apareció con sus rótulos cuadrados en La Reforma (a ninguno de los otros alcornoques se les había ocurrido cambiar el formato de sus señales proselitistas). Apareció con un discurso predicante, republicano y facilón, para nada integrado, un discurso obvio de anticorrupción, en un momento en que no había otro discurso posible, y eso explica la pasión electoral por un candidato emergente, vicario, de seguro vesánico, como ese que llaman Jimmy Morales. Apareció como diciendo hágase la luz. En el clima Mad Max postplaza de las elecciones, más de alguno quiso creer que el conejo era algo más que una ilusión óptica.

Y sin embargo, no es difícil notar en su figura eso de impostado, de poligrafiable, ese interjuego histriónico en los gestos y en la manera en que habla (explicatoria, admonitoria, condescendiente, como si le estuviera hablando a un niño con sarampión). ¿No irrita el modo cómo se ha referido a sí mismo en tercera persona?

Pero claro: lo que de veras nos preocupa a los ciudadanos progresistas, a los que no somos tan inocentes, y a los que no tenemos (ni queremos) rosca con el gobierno de Jota (ni con ningún otro gobierno, para el caso), es su asociación con los militares de la peste.

Realmente no me extrañó cuando Jota confundiera, en el Foro Forbes, el pasado con el futuro, pues confundir pasado y futuro será la marca de su gobierno. Jota se ha alineado con una capilla de guachimanes caudalosamente regresivos y oscuros, cuya raison d´être es devolver este país a un estofado de tensión ideológica y pocos modales. Ni decir que estos guachimanes le van a cobrar cara a Jota esa protección –muy cara–.

A lo que voy es que este aspecto conservador de Jota supone un retroceso en nuestro diseño de valores democrático. Resulta que hoy en día es imposible gobernar meramente con los valores propios. Quien no esté dispuesto, hoy en día, a gobernar con los valores, pensamientos, las simbolizaciones del otro, además de los de suyos, será, en tanto que gobernante, acribillado por la cultura misma, que exige constantes saltos de diferencia. Jota tolera las victorias de la alteridad porque no le queda de otra, pero ciertamente no piensa adelantarlas a ningún lado, y me atrevo a decir que, en cuanto pueda –en su visión parroquiana, lítica y criogenizada del mundo– las va a atrofiar.

Es el rechazo de lo ajeno. En cuenta Belice. Ni como comentario espontáneo se perdona lo que dijo, en su momento, al respecto. Yo le diría a Jota que si no está convencido que Belice es otro país, se vaya a Belice.

El legado de Jota, lejos de ser la obra maestra de un avanzado estadista, lejos de ser el acontecimiento parteaguas de nuestra biografía nacional, terminará siendo un gesto elisivo, salvaje y castrador para un sinnúmero de dinámicas de convivencia y gobierno. Sin entrar a gobernar ha dado ya, de buenas a primeras, unos errores indicativos de cómo será su gestión.

Hablemos por ejemplo de aquel asunto poco elegante del plagio de tesis de quien fuera su operador de transición, José Lam. Hubiéramos querido que en esa ocasión nuestro entrante presidente dijera, respecto al caso: lo vamos a someter a nuestro propio comité de transparencia interna, y a partir de allí tomaremos las medidas consecuentes. En lugar de eso, J circunvala, elude, habla de rumores, no produce claridad, aún si después se da una ruptura. ¿No se ve en eso lo que promete ser la rendición de cuentas del futuro gobierno? ¿Es que deberemos acostumbrarnos a movidas y designaciones retractadas, a conveniencia? No es por supuesto que no se valga retractarse; es que lo mejor sería que no amagara para empezar. 

Por supuesto, decir todo esto, en el lalaland de los Jimmymongers, es una actitud de cangrejo. Déjenlo trabajar, dicen ellos. Extraño reclamo, si pensamos en donde estábamos hace nomás unos meses. Como ya he dicho en otro lado: el beneficio de la duda es un lujo que ya no podemos darnos.

¿Por qué un presidente entrante, y en estas condiciones, debería contar con nuestra confianza y beneplácito automático? Si el gobernante (extensivamente, sus votantes) quiere la simpatía que se la gane –con talento/integridad de estadista, no retórica de ocasión. Estas son horas duras de escrutinio. Y sobre todo, estamos en el hipervigilante siglo XXI. Si no aguanta la vara, que se vaya a la verga.

O que aprenda a chapear.

No negamos que ha tenido unos gestos decentes estos meses, como aquel de donar al sistema de hospitales. Pero aparte de que no nos gusta la manera en que lo ha publicitado –pudo haber sido un gesto discreto– realmente esas cosas son lo mínimo que uno puede esperar del Primer Ciudadano de un país, vamos.

El sector convencido que votó por Morales, representado por los columnistas de siempre, es de una mentalidad precrítica, y por tanto desconfía de la desconfianza, hasta el punto mismo de pretender deslegitimarla. Como yo lo veo, en este escenario feral, la desconfianza es un signo de amplia salud. Fue una mezcla de vertiginosa inocencia y apatía cómplice la que nos llevó al drama que hoy estamos viviendo.

Así pues, reivindicamos el derecho a cuestionar las intenciones, poderes e inteligencias de los gobernantes y moldeadores de la experiencia nacional, sean antiguos o recientes, sin por ello ser reducidos a meros crustáceos.

Hasta aquí prefiero equivocarme y jugarme cualquier reputación a celebrar a alguien de quien, aceptémoslo de una vez, no tenemos noticias claras.


(Buscando a Syd publicada el 26 de noviembre de 2015.)


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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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