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Si queremos ser un país heroico, hemos
de convertirnos en un productor de libertades.
Hablar de libertad en un texto tan
contenido como este es una completa estupidez, si uno considera cuántas fórmulas
y nociones de libertad para empezar existen. Me arriesgaré a dar igual una
definición cercana a mi forma de pensar. Para mí la libertad es todo espacio
sostenible de creatividad que produce posibilidades vitales y conscientes para
el individuo y su contexto. La auténtica libertad reúne y habilita la mayor
cantidad de perspectivas disponibles en cualquier momento dado, y está siempre
abierta a la perspectiva de reunir más. Allí lo tienen.
El mayor problema con tratar de definir
la libertad, es que rapidito se encuentra uno con detractores de uno y otro
lado. Por caso, el valor de la libertad visto desde la derecha no es igual al
valor de la libertad visto desde la izquierda. Son dos libertades, dos
sensibilidades genéricas tan distintas, que parecieran contradictorias. A
menudo colisionan (un ejemplo ideológico habitual en nuestro país es el de
libertad de locomoción versus libertad de protesta). Para las personas como yo,
que no poseen en exclusividad ninguna de las dos membresías citadas, la cosa se
pone desde luego muy delicada.
El enfoque al cual me adhiero –el kenwilberiano– establece que ambas posiciones son verdaderas, pero solo parciales,
y por tanto deben complementarse. Di en el pasado mi entendimiento al respecto
en una columna llamada Integral en
donde escribí: “Todas las visiones
políticas tienen en ellas, en su modalidad saludable, un valor y una razón
legítima de ser. Solo podremos salir de esta crisis en la medida en que podamos
honrar de modo simultáneo las múltiples perspectivas del paisaje del poder.”
(Columna publicada el 25 de septiembre de 2014.)
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