'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







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A esta pereza cultural se agrega otra clase de complacencia: la necesidad de conformarnos al otro, de buscar su aprobación (que riñe con esa otra propensión nuestra, antes mencionada: la de desvalorizarlo). Peligroso, pues ocurre muchas veces que la medida de nuestra autoestima está en la imagen que el otro construye –o creemos que construye– de nosotros mismos.

Es por querer manipular esta imagen que el guatemalteco se vuelve histriónico, mentiroso, charlatán, cuando no envidioso, pretencioso y arribista, perdiendo su capacidad natural de ser auténtico, su tranquilidad, su sentido discriminador y su fuerza autocrítica.

Es totalmente cierto que hay una parte del guatemalteco de veras generosa, empática, amigable, servicial, incluso sacrificial. Por tanto muchos extranjeros se sienten muy cómodos en Guatemala  (otros, en cambio, no: les parecemos enmielantes, o llanamente sosos). Siempre y cuando no cedamos a la manipulación, la sensiblería, el control posesivo, y siempre que no nos disculpemos por todo hasta el punto del asco (y siempre lo hacemos) somos criaturas relativamente estimables.

Siendo así de amistosos, no dejamos entrar a cualquiera a nuestro mundo. Es porque desconfiamos. Con lo cuál encontramos aquí otra de nuestras inclinaciones psicogregarias: el miedo. Nada nos gustaría más que nuestra existencia fuera completamente segura, lo cual nos hace prudentes, pero a veces tanto instinto de seguridad se desborda, y se vuelve todo fuente potencial de conflicto y hostilidad. Eso explica por qué abundan los bunkers suburbiales en toda la ciudad y por qué usamos tantos malditos diminutivos (achicamos el mundo para hacerlo seguro y administrable).

Hay razones legítimas para tener miedo, pero luego es cierto que hemos creado, inconscientemente, una situación colectiva que confirma nuestra tendencias paranoicas. Tenemos miedo de nuestra realidad, pero resulta que nuestra realidad es una manifestación de nuestro miedo.

Por aparte, hay esa cepa de recelo en nosotros que se traduce como duda procelosa, falta de asertividad y confianza, carnosa vergüenza, y un sentirse inadecuado. Es todo muy larval.

Cuando nuestros miedos se juntan con nuestras inercias, caemos pronto en la parálisis.



(Columna publicada el 30 de enero de 2014.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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