Elogio del huevón
Luis V, apodado "el holgazán" |
No es título,
el de holgazán, que pueda reclamar para mi persona, muy a mi pesar. Día a día
me sorprendo laborando hasta la deshidratación. Por demás sin réditos notables, porque dinero, lo
que se dice dinero, nunca he sabido hacer. Y cuando me pongo a buscar clientes
como idiota es cuando menos los encuentro.
Pero he notado que si dejo de buscarlos,
caen como moscas. Así que he decidido empezar a trabajar en eso de no
trabajar, si me permiten la contrariedad.
Admiro al pánfilo
holgazán, esa criatura levantina durmiendo la siesta, vago convencido que
intuye que el pujar es cosa museística. Y aquí me refiero al vago absoluto, no
al vagabundo: el vagabundo todavía se está moviendo. Cuando lo de veras
interesante es el ente sin traslación, sin trayecto: como mi gata, o los reyes
de Francia. Los hay –han de saberlo– que inclusive fueron apodados “fainéants”
(huevones). Pueden ustedes encontrarlos en distintas líneas de sucesión, así la
merovingia o carolingia. Al
Rey Luis V de Francia le llamaban el Indolente. ¡Qué nobilidad!
Pero siendo
de veras franco, al que más admiro es al haragán extático (también llamado:
Lamprea Contemplativa) cuya
soteriología inmaculada consiste en verse el ombligo por toda la eternidad.
Hablo del ascético peluche.
Está eso de Rumi: “Los
místicos son expertos en pereza. Se fían de ella porque están viendo
continuamente a Dios trabajar a su alrededor”. Mirad las aves del cielo, que no
siembran, ni siegan, etcétera. Esos cuates la tenían bien clara.
Cada día creo menos en la noción del
esfuerzo. Cada día creo más en el huevón.
(Columna publicada el 15 de marzo de
2012.)
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