'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Zopiloteando


Los columnistas pertenecen a la raza de los malparidos. Así que si usted tiene contemplado convertirse en columnista, piénselo dos veces, y si le da la mollera mejor si cuatro.

Siempre le quedará al columnista (si su oficio no le ha convertido ya en un obcecado y en un fanático) la sensación de que lo que dijo es absurdamente relativo. Como caer eternamente en la garganta del vacío. Claro, los hay que juegan a ser muy equilibrados, pero el equilibrio en sí mismo es una postura excluyente, en sí mismo una postura totalitaria.

Los columnistas no son otra cosa que las aves carroñeras que zopilotean sobre el cuerpo putrefacto de la realidad.

Varios son los casos de columnistas que terminan en alguna cuneta (la cuneta antisocial, la cuneta depresiva, o simplemente en la cuneta literal, bien plomazeados). Los he visto: gravitan acabados y espectrales, ajenos al Gozo y la Felicidad. Algunos se autoejecutan, al estilo Larra.

La opinión, al moverse en el universo dualista, amargo y jadeante de los contrarios, promete permanente oposición y desencuentro. Hay miles de vibraciones infectas siempre dirigidas al columnista, por ser el Receptáculo de las Frustraciones Matutinas de un Resto de Lectores. De lo único que podemos estar seguros es que nadie los llamará jamás para desearles un feliz día del periodista. Eso les pasa (nos pasa) por echarle gasolina al fuego prometeico del moralismo laico. Por supuesto, los que mejor odian a los columnistas son los columnistas. Y sobre todo, los columnistas que carecen de columna. Porque en este caso además del infortunio de tener una Sagrada Opinión, sobrellevan la frustración de no poder Expresarla, a no ser en la sección on–line de comentarios, que como se sabe es un nido de resentidos.

Al igual que el vampiro, el columnista necesita de colmillos y de mucha sangre para poder vivir.


(Columna publicada el 4 de diciembre de 2008.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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