Un zanate en la ventana
Me lo han preguntado, y yo he contestado cada vez: el primer libro de literatura–literatura que leí, cuando estaba lejos de dar pelo, fue un libro de Edgar Allan Poe. Traducido por Baudelaire. Lo cuál –a criterio de Borges, que lo promocionaba bastante– es mejor, puesto que el francés, dijo el argentino, contaba con una mejor sensibilidad poética.
Fue Borges asimismo quien dijo que a Poe no lo cegó “el mármol sepulcral sino la rosa”. Es decir su prima, una menor de edad.
Por cosas así es que Poe nos sigue fascinando. Por cosas así y por lo que nos va contando en su literatura, que aún hoy en el 2009 –su bicentenario– resigue apareciendo con la misma tesitura formidable.
Nada ha envejecido, porque la locura no envejece. Hay momentos en la vida de todo antropoide sensible cuando empieza a ver gatos tapiados en las paredes, y corazones hundidos en el suelo, como relojes del horror. O crípticos zanates cantando nuncamás, nuncamás. En el hotel del mito, Poe reside en la habitación Paranoia.
Está claro que uno también ha vomitado en las tabernas septicémicas de Baltimore. O no, pero sí en varias tantalizantes de la zona 1, en donde por cierto tampoco existe la electricidad, como en 1849, y ni siquiera hay un farolito de gas para alumbrarle a uno la matraca.
Fue de ese modo que la vida de Poe transcurrió: entre un montón de cerotas tinieblas. Inclusive su muerte reviste lobreguez. Todas las teorías de la muerte de Poe son inclaras. El inventor del género policiaco murió en la sombra de un enigma. Y sin embargo, Poe nos enseña cómo del abismo nace una navaja de lucidez, una forma completamente autoconsciente de asumir el hecho literario.
La literatura es como uno de esos animales subacuáticos que mimetizan el fondo individual en que se encuentran. Sólo eso explica a Whitman. Y sólo eso explica a Poe.
(Columna publicada el 22 de enero de 2009.)
Fue Borges asimismo quien dijo que a Poe no lo cegó “el mármol sepulcral sino la rosa”. Es decir su prima, una menor de edad.
Por cosas así es que Poe nos sigue fascinando. Por cosas así y por lo que nos va contando en su literatura, que aún hoy en el 2009 –su bicentenario– resigue apareciendo con la misma tesitura formidable.
Nada ha envejecido, porque la locura no envejece. Hay momentos en la vida de todo antropoide sensible cuando empieza a ver gatos tapiados en las paredes, y corazones hundidos en el suelo, como relojes del horror. O crípticos zanates cantando nuncamás, nuncamás. En el hotel del mito, Poe reside en la habitación Paranoia.
Está claro que uno también ha vomitado en las tabernas septicémicas de Baltimore. O no, pero sí en varias tantalizantes de la zona 1, en donde por cierto tampoco existe la electricidad, como en 1849, y ni siquiera hay un farolito de gas para alumbrarle a uno la matraca.
Fue de ese modo que la vida de Poe transcurrió: entre un montón de cerotas tinieblas. Inclusive su muerte reviste lobreguez. Todas las teorías de la muerte de Poe son inclaras. El inventor del género policiaco murió en la sombra de un enigma. Y sin embargo, Poe nos enseña cómo del abismo nace una navaja de lucidez, una forma completamente autoconsciente de asumir el hecho literario.
La literatura es como uno de esos animales subacuáticos que mimetizan el fondo individual en que se encuentran. Sólo eso explica a Whitman. Y sólo eso explica a Poe.
(Columna publicada el 22 de enero de 2009.)
1 comentario:
Ha!!! Aquellos tiempos en los que uno realmente leía para huir del sonido y la furia de la adolescencia...jajaja, amigo, así como recordas a Poe
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