Ceniza al instante
Si hay un género literario que me trastorna es el aforismo. No es que los demás géneros me parezcan poca cosa, pero es que sólo el aforismo lleva esa corona esplendente de ser a partes iguales el más práctico y el más espiritual, incluso antes que el poema, incluso antes que el haiku.
Cuando digo práctico quiero decir aéreo. Y por aéreo indico incorpóreo, instantáneo: practicable, por ejemplo, en el momento de la agonía, en el momento sin fuerzas de la muerte. El aforismo prescinde del tiempo, incluso del esfuerzo. Una sinapsis y nada más.
Pero siendo tan leve es tan poderoso. Una granada de mano. Algo sumamente espiritual. Una fuerza divina que produce ceniza al instante. Contradiciéndome incluso con lo que he dicho en el párrafo anterior, yo diría que el aforismo demanda del pensador su ser entero, una dosis fabulosa de continuidad y concentración, y un estado sobrenatural de síntesis.
Pero no me siento nada mal al contradecirme, hablando del aforismo, puesto que el reino del aforismo es el reino perfecto de la contradicción. Cada aforismo es una grieta en lo moral, por donde el vacío silba su tonadilla irritante.
Aforistas admirables, aforistas misteriosos, aforistas aureolados, aforistas que he leído con fruición han sido: Nietzsche, La Rochefoucauld, Canetti, Lichtenberg, Bufalino, Wilde, Cioran, Cardoza, mil veces, cuya prosa es un edificio ecléctico de aforismos.
Después de leer a semejantes genios, que han laminado las sentencias más incorruptibles de todos los tiempos desde Hipócrates, no dan ganitas de escribir aforismos propios. Y sin embargo me he atrevido a semejante fastidio. Y hasta tuve la osadía de aficharlos en un libro–blog, llamado Es sólo sangre, cuyo link es el siguiente: www.essolosangre.blogspot.com
(Columna publicada el 21 de agosto de 2008.)
Cuando digo práctico quiero decir aéreo. Y por aéreo indico incorpóreo, instantáneo: practicable, por ejemplo, en el momento de la agonía, en el momento sin fuerzas de la muerte. El aforismo prescinde del tiempo, incluso del esfuerzo. Una sinapsis y nada más.
Pero siendo tan leve es tan poderoso. Una granada de mano. Algo sumamente espiritual. Una fuerza divina que produce ceniza al instante. Contradiciéndome incluso con lo que he dicho en el párrafo anterior, yo diría que el aforismo demanda del pensador su ser entero, una dosis fabulosa de continuidad y concentración, y un estado sobrenatural de síntesis.
Pero no me siento nada mal al contradecirme, hablando del aforismo, puesto que el reino del aforismo es el reino perfecto de la contradicción. Cada aforismo es una grieta en lo moral, por donde el vacío silba su tonadilla irritante.
Aforistas admirables, aforistas misteriosos, aforistas aureolados, aforistas que he leído con fruición han sido: Nietzsche, La Rochefoucauld, Canetti, Lichtenberg, Bufalino, Wilde, Cioran, Cardoza, mil veces, cuya prosa es un edificio ecléctico de aforismos.
Después de leer a semejantes genios, que han laminado las sentencias más incorruptibles de todos los tiempos desde Hipócrates, no dan ganitas de escribir aforismos propios. Y sin embargo me he atrevido a semejante fastidio. Y hasta tuve la osadía de aficharlos en un libro–blog, llamado Es sólo sangre, cuyo link es el siguiente: www.essolosangre.blogspot.com
(Columna publicada el 21 de agosto de 2008.)
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