El Arca
Salvador Luis –peruano, entusiasta de las letras– me invitó a participar en un proyecto editorial de lo más divertido, un libro llamado El Arca, cuajado con la mexicana Cecilia Eudave. Una antología en donde se convocó a una treintena de escritores hispanoamericanos más o menos jóvenes, a cada uno de los cuales se le fue asignada una letra del abecedario y se le pidió que hiciera un cuento que girase en torno o aludiera a un animal cuyo nombre empezara con la letra asignada (así por ejemplo en la letra Y del bestiario encontrará el lector un relato con una Yegua). Pero no todos los animales escogidos son reales; muchos son completamente imaginarios; algunos ni siquiera son animales.
Tanta libertad dada a los participantes es la que dio al fin el resultado: un libro fresco, que cumple con mostrar lo que los escritores emergentes –no por ello necesariamente bisoños– de Latinoamérica están haciendo. Así que este abecedario–bestiario tiene otra función alterna, quizá no consciente: reunificar aquel espíritu literario continental que ya se había perdido, y de la cuál ya sólo fue quedando un eidolon de magras dimensiones, dinamitado por demás en multitud de fragmentos incomunicados. La aglutinación no es algo que pueda darse artificialmente. Es preciso pegar los pedazos con ternura editorial.
Me pidieron un cuento, a pesar de que ya no había espacio en la antología, es decir que ya todas las letras estaban tomadas, así que inventaron eso de un cuento–polizón, lo cuál me cuadra perfectamente, porque yo siempre me he sentido polizón en esta puta vida, un ilegal, y un arrimado. Pero en este caso, soy un polizón a quien han tratado como capitán, lujosamente. El cuento que mandé es correcto, aunque contiene un gravísimo error… que no voy a revelar.
(Columna publicada el 10 de abril de 2008.)
Tanta libertad dada a los participantes es la que dio al fin el resultado: un libro fresco, que cumple con mostrar lo que los escritores emergentes –no por ello necesariamente bisoños– de Latinoamérica están haciendo. Así que este abecedario–bestiario tiene otra función alterna, quizá no consciente: reunificar aquel espíritu literario continental que ya se había perdido, y de la cuál ya sólo fue quedando un eidolon de magras dimensiones, dinamitado por demás en multitud de fragmentos incomunicados. La aglutinación no es algo que pueda darse artificialmente. Es preciso pegar los pedazos con ternura editorial.
Me pidieron un cuento, a pesar de que ya no había espacio en la antología, es decir que ya todas las letras estaban tomadas, así que inventaron eso de un cuento–polizón, lo cuál me cuadra perfectamente, porque yo siempre me he sentido polizón en esta puta vida, un ilegal, y un arrimado. Pero en este caso, soy un polizón a quien han tratado como capitán, lujosamente. El cuento que mandé es correcto, aunque contiene un gravísimo error… que no voy a revelar.
(Columna publicada el 10 de abril de 2008.)
2 comentarios:
Habrá bien de la Bestia Ruina Que Vino A Sara.
Una cosa atropomorfa (quizá) sorteando abecedarios diluvianos.
Saludos.
Bahh!! hay que ver el cuento...Enhorabuena!
Rocío.
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