Los necrocanes
A eso de las tres de la mañana un ejército de perros fantasmales atraviesa el lago, corriendo crísticamente sobre sus aguas, hasta que toca las orillas de Panajachel, y recorre sus calles en busca de sangre.
Siempre hay un gringo drogado y desprevenido que hace las veces de víctima. Los demás ya estamos enterados. Detrás de las puertas cerradas, escuchamos sus horrendos gritos. Todas las noches otra carnicería.
¿De qué plano es que surgen estas criaturas infernales? ¿Qué oscuro pecado estamos expiando? ¿Qué narrativa ancestral se purga con semejante inmolación sin nombre?
Los habitantes hacen lo que pueden para ocultar la maldición. Después de todo, Panajachel es un pueblo netamente turístico. Así que a primeras horas de la mañana, allí están: los locales, desesperados, limpiando los restos del horrífico acontecimiento. Cuando un periodista se presenta, haciendo preguntas, muy pronto desaparece: y nadie sabe nada.
He compilado una serie de anécdotas sobre los chuchos, y todas coinciden en algo: esos chuchos están muertos, son chuchos zombis. ¿Y quién soy yo para rebatir tales sensibles historias?
De hecho, yo mismo he sentido el olor pestífero, abisal, que se levanta cada noche, a eso de las tres de la mañana.
Al día siguiente, en la playa, siempre quedan –escena bíblica, apocalíptica– millares de cadáveres de pulgas.
Los ancianos aseguran que esos perros son dioses que vienen a recordarnos algo muy importante. Me he entrevistado con varios de esos ancianos (arrugas arcaicas, quebradizas) y no me cabe la menor duda que hay algo de verdad en lo que dicen.
He prometido no divulgar la documentación que he venido reuniendo en torno a los necrocanes. Los locales confían en mí. Pero eso sí: me vigilan. Un paso en falso y…
(Columna publicada el 6 de marzo de 2008.)
Siempre hay un gringo drogado y desprevenido que hace las veces de víctima. Los demás ya estamos enterados. Detrás de las puertas cerradas, escuchamos sus horrendos gritos. Todas las noches otra carnicería.
¿De qué plano es que surgen estas criaturas infernales? ¿Qué oscuro pecado estamos expiando? ¿Qué narrativa ancestral se purga con semejante inmolación sin nombre?
Los habitantes hacen lo que pueden para ocultar la maldición. Después de todo, Panajachel es un pueblo netamente turístico. Así que a primeras horas de la mañana, allí están: los locales, desesperados, limpiando los restos del horrífico acontecimiento. Cuando un periodista se presenta, haciendo preguntas, muy pronto desaparece: y nadie sabe nada.
He compilado una serie de anécdotas sobre los chuchos, y todas coinciden en algo: esos chuchos están muertos, son chuchos zombis. ¿Y quién soy yo para rebatir tales sensibles historias?
De hecho, yo mismo he sentido el olor pestífero, abisal, que se levanta cada noche, a eso de las tres de la mañana.
Al día siguiente, en la playa, siempre quedan –escena bíblica, apocalíptica– millares de cadáveres de pulgas.
Los ancianos aseguran que esos perros son dioses que vienen a recordarnos algo muy importante. Me he entrevistado con varios de esos ancianos (arrugas arcaicas, quebradizas) y no me cabe la menor duda que hay algo de verdad en lo que dicen.
He prometido no divulgar la documentación que he venido reuniendo en torno a los necrocanes. Los locales confían en mí. Pero eso sí: me vigilan. Un paso en falso y…
(Columna publicada el 6 de marzo de 2008.)
1 comentario:
Un paso en falso y. . . te chupa la bruja.
Como que ultimamente hay muchos chuchos asesinos en Guatemala, no?.
Damn it!
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