Utopía
Estoy buscando con la vista a mi indigente. No aparece por ningún lado. Decido esperarlo quince minutos más.
Verán: he visto numerosas veces a un vagabundo en unas gradas cercanas, todo un personaje. Y siempre está leyendo. No lo conozco personalmente, pero me gusta pensar que es una especie de renunciante que ha decidido apartarse de la sociedad, para dedicarse exclusivamente a tragar obras de literatura y filosofía.
Supongo que tengo derecho a imaginar –por pasar el rato, como otros se la pasan puteando a su esposa, o viendo muladas en la tele– una sociedad utópica en donde los mendigos son todos avanzados genios, capaces de hablar por horas de la teoría del orden implicado de Bohm, disertar sobre Novalis, revisitar a Althusser, o describir a cabalidad la vida de Pico della Mirandolla. Le hablo del asunto a mi amiga por teléfono.
–Pero –me pregunta– ¿de qué sirve que sean inteligentes, si son pobres?
Mi amiga es claramente una reaccionaria. Procuro exponerle que en realidad no están en las calles porque la vida les ha quitado todo, por falta de salud mental, o por charitas, sino porque… porque les da la gana. Son seres evolucionados, poscapitalistas, le explico. Entonces mi amiga, que es buena gente, pero corta de paciencia, me pregunta si he considerado la terapia últimamente. La mando a la mierda.
Bueno, han pasado quince minutos y no hay rastros de mi indigente. A lo mejor mañana… A veces, cuando lo veo, me dan ganas de preguntarle: “Disculpe, señor, ¿podría decirme qué está usted leyendo?”. Pero tengo miedo de que abra la boca, que me muestre sus dientes densamente amarillos, que me responda que está leyendo “El Secreto”, o una mediocridad incluso más comercial, más inoperante, más genérica que ésa. No permitiré que nadie a estas alturas del partido me destruya mi Utopía.
(Columna publicada el 27 de diciembre de 2007.)
Verán: he visto numerosas veces a un vagabundo en unas gradas cercanas, todo un personaje. Y siempre está leyendo. No lo conozco personalmente, pero me gusta pensar que es una especie de renunciante que ha decidido apartarse de la sociedad, para dedicarse exclusivamente a tragar obras de literatura y filosofía.
Supongo que tengo derecho a imaginar –por pasar el rato, como otros se la pasan puteando a su esposa, o viendo muladas en la tele– una sociedad utópica en donde los mendigos son todos avanzados genios, capaces de hablar por horas de la teoría del orden implicado de Bohm, disertar sobre Novalis, revisitar a Althusser, o describir a cabalidad la vida de Pico della Mirandolla. Le hablo del asunto a mi amiga por teléfono.
–Pero –me pregunta– ¿de qué sirve que sean inteligentes, si son pobres?
Mi amiga es claramente una reaccionaria. Procuro exponerle que en realidad no están en las calles porque la vida les ha quitado todo, por falta de salud mental, o por charitas, sino porque… porque les da la gana. Son seres evolucionados, poscapitalistas, le explico. Entonces mi amiga, que es buena gente, pero corta de paciencia, me pregunta si he considerado la terapia últimamente. La mando a la mierda.
Bueno, han pasado quince minutos y no hay rastros de mi indigente. A lo mejor mañana… A veces, cuando lo veo, me dan ganas de preguntarle: “Disculpe, señor, ¿podría decirme qué está usted leyendo?”. Pero tengo miedo de que abra la boca, que me muestre sus dientes densamente amarillos, que me responda que está leyendo “El Secreto”, o una mediocridad incluso más comercial, más inoperante, más genérica que ésa. No permitiré que nadie a estas alturas del partido me destruya mi Utopía.
(Columna publicada el 27 de diciembre de 2007.)
4 comentarios:
buena columna, me recordo no se porque the fool on the hill
Gracias. m.
¿y qué hacés si lo encontrás leyendo a Umbral?
Si tenés un tiempo, echale un ojo a la ruptura del himen en mi blog. d.
Pasando con el carro frente al mercado colón como a eso de las seis de la tarde hoy domingo, algo utópico como decís vos... Casi oscuro ya, todo a piedra y lodo, vacia la calle excepto por uno que otro vagabundo... El semáforo se pone en rojo por lo que detengo el carro, entonces se acerca al vidrio un chara, un bolo, y pide dinero para seguir chupando... Yo respondo con el vidrio sin bajar que no tengo, que quiero para mi, entonces viene el tipo y me pregunta:
¿ha leído usted a Hemingway
... Por quien doblan las campanas?
???????
¿ha leído a Asturias...?
???????
A tiempo el semáforo se pone en verde, y antes de poder reflexionar acelero...
Me empiezo a matar de la puta risa, y pienso en tu articulo m.
De verdad que esto me ha parecido graciosisimo...La utopía se materializó...
Bueno, ya después reflexionando, ni tan gracioso, porque me pregunte yo, ¿quien sabe si dentro de algún tiempo seré yo quien este limosneando y riéndome de los actores del playground?...
jajajajaja
TG
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