Con bastón y todo
En el pasado, la llegada de un indígena a un cargo como el de Ministro de Cultura fue excelente, bajo el entendido de que se trataba de un paso transicional. Tratábase de ceder espacios de poder a figuras indígenas, para romper hábitos endogámicamente excluyentes en el seno de la administración pública.
A partir de allí, quedaban dos posibles modelos a seguir, los dos sanos, aunque ideológicamente distintos: 1) entregar espacios aún más claros y decisivos de expresión política a indígenas competentes; 2) abandonar cualquier vestigio paternalista fomentando libremente el mercado de los méritos.
Ambos modelos buscan de hecho abandonar la adulteración –cada cual a su modo– del sujeto indígena.
El primer modelo nos recuerda que con darle el Ministerio de Cultura a un indígena no se van a socavar las bases racistas del estado guatemalteco. Ningún Ministro de Cultura (o para el caso ningún Embajador de los Pueblos Indígenas) detenta ningún poder efectivo: ese puesto no empodera a nadie.
Por lo cuál la idea es crear espacios para crear condiciones.
El segundo modelo nos recuerda que las designaciones administrativas no pueden convertirse en condescendencia culturalista ni limosna o, peor aún, prebenda. No es posible adjudicar un puesto en base a la procedencia étnica. En su forma más refinada, este modelo concibe el paternalismo como la forma más humillante de segregación.
Por lo cuál la idea es crear condiciones para crear espacios.
Colom no optó por ninguno de los dos modelos citados. Las palabras tan líricas del lunes –con bastón y todo– no encajan con su esquema ministerial. El suyo por el contrario es el modelo de la inercia, que de plano no había que tomar. Con el nombramiento de Jerónimo Lancerio, no se está empoderando a la comunidad indígena, ni se está estimulando la meritocracia.
(Columna publicada el 17 de enero de 2007.)
A partir de allí, quedaban dos posibles modelos a seguir, los dos sanos, aunque ideológicamente distintos: 1) entregar espacios aún más claros y decisivos de expresión política a indígenas competentes; 2) abandonar cualquier vestigio paternalista fomentando libremente el mercado de los méritos.
Ambos modelos buscan de hecho abandonar la adulteración –cada cual a su modo– del sujeto indígena.
El primer modelo nos recuerda que con darle el Ministerio de Cultura a un indígena no se van a socavar las bases racistas del estado guatemalteco. Ningún Ministro de Cultura (o para el caso ningún Embajador de los Pueblos Indígenas) detenta ningún poder efectivo: ese puesto no empodera a nadie.
Por lo cuál la idea es crear espacios para crear condiciones.
El segundo modelo nos recuerda que las designaciones administrativas no pueden convertirse en condescendencia culturalista ni limosna o, peor aún, prebenda. No es posible adjudicar un puesto en base a la procedencia étnica. En su forma más refinada, este modelo concibe el paternalismo como la forma más humillante de segregación.
Por lo cuál la idea es crear condiciones para crear espacios.
Colom no optó por ninguno de los dos modelos citados. Las palabras tan líricas del lunes –con bastón y todo– no encajan con su esquema ministerial. El suyo por el contrario es el modelo de la inercia, que de plano no había que tomar. Con el nombramiento de Jerónimo Lancerio, no se está empoderando a la comunidad indígena, ni se está estimulando la meritocracia.
(Columna publicada el 17 de enero de 2007.)
1 comentario:
Hay una necesidad latente de reconciliarse, digamos de una manera histórica, con el pueblo indígena. Nuevo error de Colom.
Habrá que ver las exóticas plantas creciendo en el seno del espacio cultural -Latinoamérica, hay que decir. d.
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