Vuelta a Asturias
Rebelde; por mucho tiempo me hice el rebelde con las prosas de Asturias; a mis ojos resultaban geniales pero apenas concluidas; sin relectura; como deshilachadas; más que frases chajazos; tiros perdidos en la noche, como ya dijera Octavio Paz, de las propias frases de Cardoza.
Digamos que yo siempre anduve buscando otra cosa: precisión. La clase de precisión cerebral que uno encuentra, por ejemplo, en Los pasos perdidos de Carpentier; o en El Astillero, del formidable Onetti. Cirujanos de la palabra, científicos…
Pero Asturias… Se me fue llenando el pecho de escepticismo.
El camino que me llenó de vuelta a Asturias ha sido de lo más divertido. Se lo debo a Umbral, quien encontró un estilo de novelar haciendo poesía, que no es igual a decir prosa poética (Paradiso, libro más insoportable). Y aquí me refiero a la imagen como estatuto fundacional del arte de narrar. Por supuesto, esta forma de ver las cosas siempre trae consigo sus dos y medio detractores; tendrán ustedes siempre a esos epígonos de lo sobrio, menos por genuino discernimiento que por falta de recursos.
Cuando me cansé de leer a Umbral (dios mío, qué obsesión) busqué lo mismo que ya había hallado en su persona, pero en otro: Bradbury. Bradbury es un hombre libre, sus cuentos están hechos de metáforas. Lo curioso es que Bradbury y Asturias tienen un sinnúmero de complicidades. No me costó nada dar el brinco. Por supuesto, Asturias está loco. Se me acusa todo el tiempo de escribir marihuanadas en esta columna, pero si yo soy marihuana, Asturias es psilocibina. Simplemente no tiene sentido del límite. Y eso le permite hacer unas cosas con el idioma que uno apenas juzga posibles… El secreto con Asturias: obviar los defectos, celebrar lo demás. A cuarenta años del Nóbel, yo lo celebro, sin pudores, ya.
(Columna publicada el 2 de agosto de 2007.)
Digamos que yo siempre anduve buscando otra cosa: precisión. La clase de precisión cerebral que uno encuentra, por ejemplo, en Los pasos perdidos de Carpentier; o en El Astillero, del formidable Onetti. Cirujanos de la palabra, científicos…
Pero Asturias… Se me fue llenando el pecho de escepticismo.
El camino que me llenó de vuelta a Asturias ha sido de lo más divertido. Se lo debo a Umbral, quien encontró un estilo de novelar haciendo poesía, que no es igual a decir prosa poética (Paradiso, libro más insoportable). Y aquí me refiero a la imagen como estatuto fundacional del arte de narrar. Por supuesto, esta forma de ver las cosas siempre trae consigo sus dos y medio detractores; tendrán ustedes siempre a esos epígonos de lo sobrio, menos por genuino discernimiento que por falta de recursos.
Cuando me cansé de leer a Umbral (dios mío, qué obsesión) busqué lo mismo que ya había hallado en su persona, pero en otro: Bradbury. Bradbury es un hombre libre, sus cuentos están hechos de metáforas. Lo curioso es que Bradbury y Asturias tienen un sinnúmero de complicidades. No me costó nada dar el brinco. Por supuesto, Asturias está loco. Se me acusa todo el tiempo de escribir marihuanadas en esta columna, pero si yo soy marihuana, Asturias es psilocibina. Simplemente no tiene sentido del límite. Y eso le permite hacer unas cosas con el idioma que uno apenas juzga posibles… El secreto con Asturias: obviar los defectos, celebrar lo demás. A cuarenta años del Nóbel, yo lo celebro, sin pudores, ya.
(Columna publicada el 2 de agosto de 2007.)
3 comentarios:
Que pensar...
Para mi Asturias es un maldito.
Cardoza y Aragon es un ensayista arrogante; Asturias es un novelista vanidoso.
Tanto amo a Asturias, que mas bien en vez de "compararlo" con otros, comparo a los otros con el. el es mi punto de referencia.
Asturias es genial!
En efecto, genial. m.
Platicaba ayer con mi esposo (que no es guatemalteco) y le comentaba presisamente de Asturias y de lo adelantado que estaba el viejo para su tiempo.
Me encanta en verdad yo también lo celebro aunque un poco tarde no?.
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