Poeta de sobremesa
El mensaje en la contestadora: “Se murió Jorge”. Eso decía mi madre, la voz rota.
La última vez que hablé con él se miraba muy bien –como si jamás se hubiese enfermado en la vida. Hablaba y hablaba –como un hombre que tiene la lengua entera. Pero para entonces ya no tenía la lengua entera –el cáncer.
Me gustaba cuando leía sus cosas, después de las comidas: poemas simples, poemas sin más. Jorge, sí, poeta de sobremesa: sin pretensiones, en el puro anonimato doméstico, con los suyos. Miro mi biblioteca, y busco en ella el libro que Jorge no publicó nunca, y me alegro por él. Se salvó.
La poesía está allí para abrirnos los ojos, para deshipnotizarnos de la mirada de la cobra que nos cobra la mirada.
La poesía es la lengua de los que no tienen lengua.
El cáncer, en cambio... La Babel de las células... Toda esa morfina enigmática e inútil…
Jorge era la clase de tipos que te hacían ver que está de más sufrir de más. Que es tonto pagar por pagar el precio.
Estaba seguro que llegaría a la presentación de mi libro, el jueves pasado. Pero ya ven, tenía una cita más importante.
Y Raquel, que me recibía cuando yo era patojo, en su casa, luego del colegio. Allí estaba ella en el funeral, diciéndome: “Él siempre creyó en ti, él siempre decía que ibas a llegar muy lejos”. Llegaré lejos, sí, pero no tan lejos como Jorge. Ya lo extrañaremos, el día del fiambre.
La ciudad está en llamas. Los edificios en llamas. Pero viene la lluvia y lo apaga todo, el dolor, todo. La suya fue una buena muerte, la clase de muertes que sólo se puede obtener luego de haber vivido una vida decente. Estará escribiendo, en el Lugar En Donde Los Libros Ya No Son Necesarios.
Tanto tedio no está mal: es mi cuerpo funcionando, mi salud.
(Columna publicada el 10 de agosto de 2006.)
La última vez que hablé con él se miraba muy bien –como si jamás se hubiese enfermado en la vida. Hablaba y hablaba –como un hombre que tiene la lengua entera. Pero para entonces ya no tenía la lengua entera –el cáncer.
Me gustaba cuando leía sus cosas, después de las comidas: poemas simples, poemas sin más. Jorge, sí, poeta de sobremesa: sin pretensiones, en el puro anonimato doméstico, con los suyos. Miro mi biblioteca, y busco en ella el libro que Jorge no publicó nunca, y me alegro por él. Se salvó.
La poesía está allí para abrirnos los ojos, para deshipnotizarnos de la mirada de la cobra que nos cobra la mirada.
La poesía es la lengua de los que no tienen lengua.
El cáncer, en cambio... La Babel de las células... Toda esa morfina enigmática e inútil…
Jorge era la clase de tipos que te hacían ver que está de más sufrir de más. Que es tonto pagar por pagar el precio.
Estaba seguro que llegaría a la presentación de mi libro, el jueves pasado. Pero ya ven, tenía una cita más importante.
Y Raquel, que me recibía cuando yo era patojo, en su casa, luego del colegio. Allí estaba ella en el funeral, diciéndome: “Él siempre creyó en ti, él siempre decía que ibas a llegar muy lejos”. Llegaré lejos, sí, pero no tan lejos como Jorge. Ya lo extrañaremos, el día del fiambre.
La ciudad está en llamas. Los edificios en llamas. Pero viene la lluvia y lo apaga todo, el dolor, todo. La suya fue una buena muerte, la clase de muertes que sólo se puede obtener luego de haber vivido una vida decente. Estará escribiendo, en el Lugar En Donde Los Libros Ya No Son Necesarios.
Tanto tedio no está mal: es mi cuerpo funcionando, mi salud.
(Columna publicada el 10 de agosto de 2006.)
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