El espíritu olímpico
El estadio de El Ejército terminó siendo el lugar elegido para la clausura de las Olimpiadas en Guatemala. Un espectáculo dichoso, que mantuvo en vilo el asombro de los teleespectadores a lo largo y ancho del mundo.
Y en verdad: ¿cómo no emocionarse con la presencia exultante de los ex–Pac, marchando al unísono, gritando consignas ardientes, con los machetes reverberando alegremente bajo el sol?
Los llamados “guajeros” también tuvieron su parte en este evento. De hecho, fueron los “guajeros” quienes, a juicio de varios, se robaron el show. Para esta parte de la clausura se recreó –con gran fidelidad y casi íntegramente– el Basurero de la Zona 3, uno de los principales landmarks de la ciudad de Guatemala.
Al preguntarle a uno de los organizadores sobre el significado de este lugar, contestó: “El Basurero es nuestro Gran Cañon, nuestra Tour Eiffel, nuestro Taj Mahal…”
Pero acaso lo que más conmovió el corazón de los presentes fue la danza de los niños de Camotán.
Al parecer, la violación pública de 150 mujeres, posteriormente decapitadas, no fue del agrado de la concurrencia, quien, acostumbrada a tales demostraciones, más bien bostezaba.
Los atletas internacionales mostraron signos de inquietud cuando sus cámaras digitales fueron decomisadas a la entrada por jóvenes de aspecto confidente y hostil, con el pretexto de que se trataba “de un impuesto local”.
El emblema arquetípico de las Olimpiadas –los cinco anillos entrelazados– fue reproducido a escala gigante en la gramilla del Estadio, y según nos informan nuestras fuentes, se fabricó con cocaína pura, para lo cuál se utilizaron miles de miles de kilos de “oro blanco”. Al final del evento, se invitó al público a “que se llene de espíritu olímpico” dando una probadita al material.
(Columna publicada el 2 de septiembre de 2004.)
Y en verdad: ¿cómo no emocionarse con la presencia exultante de los ex–Pac, marchando al unísono, gritando consignas ardientes, con los machetes reverberando alegremente bajo el sol?
Los llamados “guajeros” también tuvieron su parte en este evento. De hecho, fueron los “guajeros” quienes, a juicio de varios, se robaron el show. Para esta parte de la clausura se recreó –con gran fidelidad y casi íntegramente– el Basurero de la Zona 3, uno de los principales landmarks de la ciudad de Guatemala.
Al preguntarle a uno de los organizadores sobre el significado de este lugar, contestó: “El Basurero es nuestro Gran Cañon, nuestra Tour Eiffel, nuestro Taj Mahal…”
Pero acaso lo que más conmovió el corazón de los presentes fue la danza de los niños de Camotán.
Al parecer, la violación pública de 150 mujeres, posteriormente decapitadas, no fue del agrado de la concurrencia, quien, acostumbrada a tales demostraciones, más bien bostezaba.
Los atletas internacionales mostraron signos de inquietud cuando sus cámaras digitales fueron decomisadas a la entrada por jóvenes de aspecto confidente y hostil, con el pretexto de que se trataba “de un impuesto local”.
El emblema arquetípico de las Olimpiadas –los cinco anillos entrelazados– fue reproducido a escala gigante en la gramilla del Estadio, y según nos informan nuestras fuentes, se fabricó con cocaína pura, para lo cuál se utilizaron miles de miles de kilos de “oro blanco”. Al final del evento, se invitó al público a “que se llene de espíritu olímpico” dando una probadita al material.
(Columna publicada el 2 de septiembre de 2004.)
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