Sala de espera
Estamos en una sala de espera, y espera hay, a
manantiales.
Es como un cosmos, un universo contenido, una
sala de espera. Con sus leyes, sus galaxias concentradas, sus almacenes de
entropía y posibilidad, sus certezas y sus misterios.
En esta precisa sala de espera hay una
interpenetración constante de personas, deambulando en el ambiente esperil, que
emana eficacia aprovisionada y ascéptica. Las señoritas en el frontdesk son puras
sonrisas e IT.
Alguna ternura me dan el esposo y esposa (son
tan jóvenes) que se toman de la mano y Pálida les toma las manos a ellos.
Yo considero que deberían darles analgésicos y
painkillers, no solo a los pacientes, sino también a los esperantes, a quienes
no les queda otra que visitar compulsivamente las pantallas de sus celulares, o
mirar la criatura de linfa que se ha adherido a uno de los muros del lugar.
¿Qué esperan los esperantes, por cierto? Esperan
resultados de laboratorio, tomografías y cosas por el estilo. Esperan al
doctor, que en este caso es un tipo comprometido y decente, no joven, pero no
exactamente viejo, y damos gracias al doctor.
Como no tengo plan de internet en mi móvil, me
limito a ver los pacientes ser movidos, unos en pedazos y otros más o menos
enteros. Me llama poderosamente la atención ese para nada poderoso anciano que está
siendo trasladado en una cama con rueditas. Me pregunto cómo están sus nitritos,
sus leucocitos, sus bilirrubinas. No muy bien, asumo, pues la Oblicua ya se
está desplazando diagonalmente hacia él, con su cara larga y necrósica.
¿Y qué hay de ella, la chica tatuada? ¿Qué
quistes, qué tumores la pueblan, qué neoplasias serosas papilares?
Es una cohorte de depricuerpos pasando en
sillas de ruedas; han sido perforados, han sido cortados, han sido rebajados. Son,
y somos, los simios patológicos, conscientes de su patología, y manifestando
carcinomas por la vida.
Aparte de los pacientes, observo esos extraños
pájaros de origami volar en círculo. Están hechos a partir de pólizas de seguro
médico que no tengo, están hechos de cuentas impagables, están hechos de
prescripciones imposibles.
A veces, es cierto, pasa un ángel, engendrando
oleadas y poderes de esperanza ahí donde esta ya ni existe y campos súbitos de
bendición.
Otra cosa que diviso es el discurso médico, tan
solido y reificado, pero también a ratos tan poroso. Va en bata mostrando
propiedades altaneras y alopáticas. No queremos minimizar el discurso médico,
cuyos logros son críticos, imprescindibles. El discurso médico ha estudiado
durante incontables horas, y es por eso que cobra como cobra lo que cobra. Cuando
cobra, esto es, porque en países como este al discurso médico es que a veces lo
tienen sin cobrar.
Por tratarse de una sala de espera de hospital,
lo que veo es gente esperando, y yo mismo espero, en angustia. Estoy lleno de
ansiedad y cortisol, como un niño a quien le han pegado durante toda la noche,
o como alguien que estuviera lleno de ampollas de vidrio vacías.
O llenas, pero de miedo.
(Buscando a Syd publicada el 20 de abril
de 2017 en El Periódico.)
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