Cetacea
Hablemos de Matthew Barney, y más precisamente de un proyecto suyo (en donde por cierto Björk, por demás su pareja en la vida real, actúa): Drawing Restraint 9. Una de las experiencias artísticas más extrañas que he tenido la oportunidad de presenciar, y créanme, no han sido del todo pocas. He colgado un póster de la película en el cuarto en donde escribo –lo tomé del IFC Center de Nueva York– para recordarme siempre del valor de la auténtica investigación en el arte.
Demasiado compleja para discutirla ahora (merecería un ensayo, y mejor un libro) pero quisiera hacer hincapié en un aspecto de esta película: fue rodada a bordo del Nisshin Maru, el controversial barco ballenero japonés. Se sabe que Barney estaba muy interesando en una carta que le mandó en 1946 un pescador japonés al general MacArthur, agradeciéndole que quitase la prohibición de caza de ballenas. Es difícil rastrear las intenciones de Barney y arrearlas a un nivel lógico y no paradojal (y saber a ciencia cierta cuál es su apreciación radical de los nexos que hay entre el shintoismo y ciertas prácticas balleneras) pero al menos al final de la película pareciera ser que la ballena materializa expresamente todo espíritu de regeneración: Björk y Barney, convertidos en cetáceos, nadan libres en aguas de Antartica.
Bien podrían ser aguas de Guatemala (en donde ahora se sabe que ballenas jorobadas también cortejan). Felizmente, Guatemala actuó con sano juicio en la reciente reunión de la Comisión Ballenera Internacional, y apoyó la prohibición de la caza de ballenas. Una vergüenza hubiera sido lo contrario. Una vergüenza que bien hubiera valido la quema del pasaporte, en un acto lento y morosamente concebido, un poco como esa extravagante y surrealista “ceremonia del té”, en Drawing Restraint 9.
(Columna publicada el 7 de junio de 2007.)
Demasiado compleja para discutirla ahora (merecería un ensayo, y mejor un libro) pero quisiera hacer hincapié en un aspecto de esta película: fue rodada a bordo del Nisshin Maru, el controversial barco ballenero japonés. Se sabe que Barney estaba muy interesando en una carta que le mandó en 1946 un pescador japonés al general MacArthur, agradeciéndole que quitase la prohibición de caza de ballenas. Es difícil rastrear las intenciones de Barney y arrearlas a un nivel lógico y no paradojal (y saber a ciencia cierta cuál es su apreciación radical de los nexos que hay entre el shintoismo y ciertas prácticas balleneras) pero al menos al final de la película pareciera ser que la ballena materializa expresamente todo espíritu de regeneración: Björk y Barney, convertidos en cetáceos, nadan libres en aguas de Antartica.
Bien podrían ser aguas de Guatemala (en donde ahora se sabe que ballenas jorobadas también cortejan). Felizmente, Guatemala actuó con sano juicio en la reciente reunión de la Comisión Ballenera Internacional, y apoyó la prohibición de la caza de ballenas. Una vergüenza hubiera sido lo contrario. Una vergüenza que bien hubiera valido la quema del pasaporte, en un acto lento y morosamente concebido, un poco como esa extravagante y surrealista “ceremonia del té”, en Drawing Restraint 9.
(Columna publicada el 7 de junio de 2007.)
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